012. to burn a legacy

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

chapter twelve
012. to burn a legacy

▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃

ESTE HOMBRE declinó el Premio Nobel de la Paz —Nick Fury agarraba la foto con fuerza entre sus dedos. Le frunció con una ira que Daniels no había visto antes. Nunca pensó que Fury alguna vez podría sentir traición, porque nunca confió en nadie para dejarse traicionar. Pero ahora mismo, mientras se sentaba a la mesa en el cabestrillo y hacía una mueca cada vez que respiraba, se había convertido en Julio César... y su imperio se había desmoronado en el momento en que la espada de Alexander Pierce lo atravesó—. Adujo que la paz nunca podría ser un logro, sino una responsabilidad —dejó caer la foto de sus dedos y apretó la mandíbula—. Verán, cosas de este estilo me hacen ser desconfiado.

A Daniels no le hizo gracia. Se cruzó de brazos y frunció el ceño a la mesa. Podía notar que el ojo de Fury se fijó en ella por un breve momento; le quemó la piel, pero no lo miró. Se negaba. Fury habló de traición. Pamela también lo sintió como sal sobre una herida reciente; donde se salpicaba más y más, una y otra vez.

—Hay que detener el lanzamiento —murmuró Natasha. Se sentaba frente a Hill. El color había vuelto a sus mejillas, pero sus movimientos seguían rígidos. Alrededor de sus hombros y clavículas había un vendaje nuevo. Estaría bien.

Fury movió su mirada de Daniels a la Viuda Negra.

—Mucho me temo que el Consejo no aceptará ni una llamada mía —dicho esto, abrió con cuidado un estuche negro sobre la mesa. Dentro había tres chips idénticos.

—¿Qué es eso? —Sam se enderezó. Sacó las manos de los bolsillos y se acercó a Pam para ver el interior del estuche.

—Al alcanzar los tres mil pies, los helicarriers triangularán con los satélites de Insight, convirtiéndose en auténticas armas —Hill giró su portátil. En la pantalla mostró un mapa satélite de la Tierra. Había un radio rojo brillante justo encima de los Estados Unidos. El círculo central flotaba sobre Washington. Líneas se extendían desde cada satélite en todo el mundo, conectando de ciudad en ciudad hasta puntos rojos brillantes donde se encontraba un objetivo. Daniels se enfermó al ver cuántos eran. Se mordió la lengua.

—Hay que acceder a esos transportes y cambiar sus placas selectores de blanco por las nuestras —continuó Fury mientras el portátil de Hill les mostraba exactamente en qué parte del helicarrier debían ir estos chips.

—Y necesariamente, hay que enlazar los tres transportes para que esto funcione, porque si una sola de esas naves continúa siendo operativa, será una auténtica masacre.

—Bueno, no sé muy bien qué esperaba —murmuró Daniels después de que Hill terminara, levantando finalmente la mirada para fruncir el ceño hacia Fury—. ¿Qué pretendía cuando dijo sí a un programa de genocidio literal?

A Nick Fury no le hizo gracia su comentario. Ella lo miró fijamente durante un largo momento. Al lado de Daniels, Sam torció los labios y compartió una mirada con Romanoff; nadie habló para decirle a Daniels que estaba equivocada.

—Damos por hecho que, todos los que están a bordo, pertenecen a HYDRA —continuó Fury, su mirada severa fija en Daniels por un momento más antes de continuar—. Tenemos que superarlos, insertar estas placas y tal vez, solamente tal vez, podamos salvar lo que queda de...

—No vamos a salvar nada —Steve habló enojado. Fury vaciló, desconcertado. El Capitán América levantó la vista del suelo con el ceño fruncido—. No solo vamos a acabar con los transportes, Nick. Sino con S.H.I.E.L.D.

A Furia no le gustó esto.

—S.H.I.E.L.D. no ha tenido nada que ver con esto...

—Usted me encomendó esta misión —el Capitán América no estaba abierto a discusión—, y así termina. S.H.I.E.L.D. se ha visto comprometido. Usted lo dijo. HYDRA creció bajo sus narices y nadie se dio cuenta.

—¿Por qué cree que estamos reunidos aquí? —argumentó Fury—. Yo me di cuenta.

—¿Y cuántos han pagado antes de que lo hiciera?

Nick Fury apretó la mandíbula. Guardó silencio. Daniels respiró hondo por la nariz y volvió a fruncir el ceño a la mesa. Fury luego suspiró.

—Escuche, yo no sabía lo de Barnes.

Steve también apretó la mandíbula.

—De haberlo sabido, ¿me lo habría dicho? ¿O también lo habría compartimentado? —la expresión del rostro de Nick Fury lo decía todo. Sí, lo habría hecho—. S.H.I.E.L.D., HYDRA, todo se acaba.

Maria Hill jugueteó con sus dedos. Pasó uno por la mesa.

—Tiene razón.

Fury se sorprendió. Miró a su mano derecha y ella respiró hondo. Hill asintió. Nick los miró a todos por turno y no dijeron nada. Cada uno se mordió la lengua. Estaban de acuerdo con Steve.

S.H.I.E.L.D. necesitaba irse.

Cuando se cortaba una cabeza de una hydra, salían dos más. Necesitaban quemar a la criatura desde la raíz. S.H.I.E.L.D. tenía que arder.

Por fin, Nick Fury le frunció el ceño a Sam. Se encogió de hombros junto a Daniels.

—A mí no me mire —asintió con la cabeza hacia Steve—. Yo hago lo mismo que él, pero más lento.

El Director de S.H.I.E.L.D. frunció los labios. Se mostró reacio, pero con una última mirada a Hill, suspiró. Su mirada se fijó en el Capitán América.

—Bien... parece que ahora usted da las órdenes, Capitán.

El Capitán América asintió con severidad y cargó sobre sus hombros la responsabilidad de lo que sucedería a continuación. Llevaba el escudo a la espalda, un símbolo de libertad e independencia. No sólo para América, sino para cualquiera que lo necesitara. Estaba allí para luchar contra todo aquel que amenazara ese símbolo, sin importar quién fuera o de dónde viniera. Lucharía hasta que fuera el último hombre en pie, por aquellos que no podían librar sus propias batallas.

Y Pamela pensó que parecía un verdadero superhéroe en ese momento. Este era el hombre en el que Coulson creía, en el que, en el fondo, ella también creía.

Mientras se dispersaban para prepararse para la pelea que iba a ocurrir pronto, llamaron a Daniels. Tan pronto como Fury dijo su nombre, respiró hondo y se detuvo en seco. Miró por encima del hombro y se encontró con su mirada.

Pamela se mordió el interior de la mejilla y se volvió hacia él. Apretó y soltó las manos, luchando contra el impulso de decir algo inoportuno. Permanecieron largo rato en silencio. Daniels notaba que se le oprimía el pecho; le costaba respirar aquel aire entre la Víbora Roja y su Director, un hombre por cuya complacencia había hecho todo lo posible y ahora empezaba a sentir que todo había sido en vano.

Quizás había muchas cosas que necesitaba decirle, o quizás no. En cambio, se conformó con una sola:

—Sé la verdad.

—¿Qué verdad? —Fury la miró fijamente, inquebrantable.

—La mía —Daniels volvió a apretar los puños.

Nick Fury suspiró y miró hacia abajo. Parecía exhausto y agotado; no se parecía al Fury que ella siempre conoció, fuerte e irrompible. Todo lo que había construido durante años ahora se estaba convirtiendo en ruinas a sus pies, y parecía derrotado.

Pamela volvió a acercarse a él.

—Sobre el documento que firmó mi padre —sintió que el nudo volvía a su garganta y su voz se entrecortó—. Cómo me entregó a HYDRA apenas nací. Cómo todo este tiempo... Cómo todo este tiempo mi vida estuvo movida por los hilos de una marioneta. Cómo el coche de Coulson aparcado allí no era una coincidencia. Se suponía que yo robaría ese auto. Coulson estaba allí por una razón —sintió que sus ojos ardían de lágrimas otra vez. Se obligó a contenerlas. Dudó en la siguiente pregunta, no estaba segura de querer saber la respuesta—. ¿Él lo sabía?

Fury negó con la cabeza.

—No —hizo una mueca de dolor mientras se recostaba en su silla—. Coulson no lo sabía —Pamela sintió que se le levantaba un peso de encima—. Phil Coulson creía en ti, Daniels. Para él, fue una coincidencia. Quiso darte una segunda oportunidad porque vio algo especial en ti. Vio determinación y resistencia. Eras una guerrera. Y aún lo eres.

Se tragó el nudo que tenía en la garganta con dureza, negándose a llorar delante de Nick Fury. Pero escuchar esas palabras hizo que le ardieran los ojos. Incluso ahora, desde la tumba, Phil Coulson la ayudaba a ponerse de pie. Decirle que siga adelante. Creer en ella fue la razón por la que estaba aquí hoy. Él fue la primera persona que la valoró, haciéndola sentir como si pudiera convertirse en algo más grande que la niña perdida y destrozada que había sido.

Si hubiera sido otra persona, tal vez las cosas hubieran sido diferentes. Quizás Daniels hubiera sido la agente perfecta para HYDRA, controlada y obediente. Pero en su lugar, robó el auto de Coulson. Fue Coulson quien la encontró. Si existía esa cosa del destino, Pamela Daniels creía que su encuentro con Phil Coulson siempre estuvo destinado a suceder. Un punto fijo en el tiempo.

Quizás no importaba si Daniels había sido condicionada o no; quizás siempre iba a robar ese Corvette rojo del 62.

Nick Fury volvió a fruncir los labios. Pensó en lo que quería decir a continuación.

—Ahora sé que Coulson tenía razón sobre ti.

Y ahí estaba. Por fin. Después de todos estos años, toda la sangre y las lágrimas, las cosas que ha hecho y las cosas que no hizo. Después de todo, por fin, Nick Fury le dijo: Buen trabajo.

Respiró hondo de nuevo por la nariz. Pamela mordió sus palabras por un momento antes de murmurar un suave y delicado:

—Pensé que estaba muerto, Nick.

Nick Fury bajó la cabeza.

—Tenía que mantener el círculo pequeño —le dijo. A Pamela le dolía el pecho, y él lo sabía. Y tal vez se arrepintió. Quizás sí se preocupaba por ella—. Tú habrías hecho lo mismo.

Cuando él levantó la vista para encontrarse con su mirada por última vez, Pamela sacudió la cabeza.

—No —dijo, genuina y sin mentiras en su lengua—. No, Nick, no lo habría hecho. Ese es el problema.

Pamela se alejó entonces y, por primera vez, sintió un soplo de alivio.

▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃

ANTES DE PARTIR, Pamela advirtió que estaba nerviosa. Le sorprendió porque, por lo general, la Víbora Roja nunca sentía ansiedad por una misión. Incluso las misiones urgentes que tenían muchas vidas en juego si no tenían éxito. Pero ésta era diferente. Estaban a punto de enfrentarse a toda una organización, a gente con la que habían trabajado y por la que habían sangrado; algunos podían haber sido HYDRA todo el tiempo y nunca lo supieron. Eran pocos y, pese a ello, estaban a punto de lanzarse de cabeza al fuego contra tres helicarriers fuertemente custodiados y contra uno de los edificios más seguros de Estados Unidos para intentar salvar el mundo, y no podían fallar. La Agente Daniels se disponía a quemar un legado por el que había estado a punto de morir más de una vez para poder seguir adelante.

Estaba más que nerviosa.

Daniels encontró a Steve parado solo en uno de los pasillos. Pensó en dejarlo en paz. Pero había una parte de ella que ya se dirigía hacia él sin pensarlo. Pamela se recogió el pelo de la cara a medida que se acercaba. Una vez que lo hizo, tiró de las mangas del jersey que se había puesto sobre su traje de combate para abrigarse más. Notó que él fruncía el ceño ante algo: una imagen dentro de una brújula. La mirada de Pamela se suavizó, aunque no se atrevió a mirar quién estaba en su interior. No era cosa suya.

—Hey —ella habló en voz baja para hacerle saber que estaba allí.

Steve levantó la vista y cerró la tapa de su brújula. La metió en uno de los bolsillos de su traje. Respiró hondo y se cruzó de brazos, apoyándose contra la pared.

—Hey.

Pamela se fijó en su atuendo. Sonrió ligeramente al reconocer el patrón original del traje del Capitán América. Después de tantos años, seguía en las mismas condiciones que cuando cayó al hielo, había tenido que vivir y sobrevivir con él, sin abandonarlo nunca. Pamela ocultó su leve respiración de asombro al verlo porque era casi como si hubiera viajado en el tiempo. Recordó aquella noche que había entrado en el gimnasio con una misión entre manos, una misión para que Steve Rogers salvara el mundo, y así lo hizo.

—Bonito traje —Pamela sonrió levemente—. ¿Te han dicho alguna vez que te pareces al Capitán América?

Sintió que se le encogía el pecho en el momento en que consiguió arrancar una leve carcajada suave de los labios de Steve Rogers. Bajó la mirada, sonriendo después.

—Qué gracia —musitó y ella también soltó una risita—. ¿Eres una admiradora? —Steve se encontró con su mirada y ella se sorprendió por su tono bromista.

Pamela decidió seguirle la corriente.

—Nah, creo que es un pelín aguafiestas —sonrió a sus risitas suaves, sacudiendo la cabeza—. Pero sí que tengo cartas exclusivas suyas.

Steve encontró su mirada y asintió ligeramente divertido. Pam le sonrió; una sonrisa real y hermosa. Después de compartir un dulce momento, Steve frunció los labios.

—¿Te las dio Coulson?

Pam asintió. Dejó escapar un suspiro y se reclinó contra la pared junto a él. Apenas alcanzó la altura de su hombro.

—Tengo dos —le dirigió una pequeña mirada—. Son bastante raras. Estaba muy orgulloso de ellas.

Se quedaron en silencio. Pamela lo disfrutó, era solo un momento de silencio antes de todo lo que estaba por suceder. Donde todo lo que creían saber se derrumbaría y no quedaría nada.

Se preguntó a dónde iría. Por una vez en su vida, tomará una decisión que será enteramente suya. Quizás eso la ponía más nerviosa.

Escuchó a Steve dejar escapar un largo suspiro.

—¿Lista? —le preguntó, y ella se planteó si él podría saber en qué estaba pensando, no muy segura de cómo se sentía al respecto; de que su piel hubiera mudado tanto que fuera así de fácil de leer. Sin embargo, Pamela no sentía la necesidad de atacar por ello.

Asintió.

—Lista —y lo decía en serio—. ¿Tú?

Steve asintió con decisión. Pero Pamela se preguntó si la vacilación que vio era que también había bajado la guardia con ella. No estaba segura de cómo se sentía por el hecho de saber exactamente de qué se trataba... Ella respiró hondo.

—Él estará allí, ¿sabes?

El Capitán América asintió. Apretó la mandíbula.

—Lo sé.

Pamela contuvo la respiración. No quería decir nada incorrecto, pero tampoco quería mentirle.

—No te reconoce, Steve —susurró, tratando de ser amable.

—Bucky no se rendiría conmigo —él la miró. Ella se tragó sus palabras y permaneció en silencio—. Nunca lo hizo. Y yo no me rendiré con él.

Pam lo observó durante un largo momento. Sabía que no había manera de convencerlo. Steve Rogers no iba a dar marcha atrás, incluso siendo golpeado y magullado. Siempre se levantaba. Ella asintió.

—Está bien —murmuró. Se levantó de la pared y se giró para mirarlo—. ¿Vienes?

Asintió con la cabeza y también se apartó de la pared, y juntos recorrieron el pasillo para reunirse con los demás, cómodos el uno en compañía del otro; eran amigos.

▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃

DENTRO de las torres redondas del Triskelion, había movimiento. Cada agente, sin importar su nivel, se hallaba de guardia para el Proyecto Insight, que estaba preparado para lanzarse en poco menos de dos horas. Aunque dentro de la unidad de comunicaciones, los técnicos no tenían mucho que hacer durante su tiempo. En el lejano edificio, lejos de toda diversión, su día a día era más o menos... bueno, igual. Mientras las conversaciones en cualquier otro lugar eran severas, urgentes y llenas de importancia, este agente de comunicaciones suspiró al ver pasar un helicóptero, que incluso tenía más que hacer en su día como objeto inanimado.

Se volvió hacia su compañero de trabajo sentado a su lado y continuó su conversación, un tema muy normal a pesar de las insignias en sus pechos.

—Llevo aparcando allí dos meses.

Su compañero de trabajo le dio una mirada fija. Hizo una breve pausa en su juego de solitario.

—Pero es su plaza.

El agente Moore puso los ojos en blanco y se encogió de hombros.

—¿Y dónde se ha metido?

—Creo que en Afganistán.

Suspiró y volvió a su ordenador cuando recibió algo a través de su unidad de comunicaciones. Moore dejó de hablar.

—Negativo, DT Seis. El patrón está lleno —volvió a reinar el silencio y se volvió hacia su compañero de trabajo—. Te podría haber dicho algo...

La súbita señal les hizo dar un respingo. Se quitaron los auriculares y gritaron un poco por lo fuerte y agudo que era, como si alguien les hubiera puesto un pájaro chillando justo al lado de las orejas.

Todos compartían un ceño preocupado; ninguno esperaba que algo fuera de lugar sucediera jamás. No solía pasar nada raro en el día a día.

—Debe de ser la antena —murmuró un agente, sin saber exactamente qué pensar.

El Agente Moore suspiró. Hizo retroceder su silla para levantarse mientras se quitaba la placa de identificación del cuello.

—Lo comprobaré —se pasó el cordón de la placa entre los dedos mientras caminaba hacia la puerta. Se desbloqueó con una luz verde al pasar por la pantalla. Suspiró una vez más y fue a abrirla, sólo para encontrarse mirando fijamente el cañón de tres armas.

Y entre esas tres armas estaba...

... El Capitán América irguiéndose en la puerta. Dirigió una mirada dura al agente Moore, que se encorvó por la sorpresa, mirando fijamente al Vengador con su traje a rayas rojas, blancas y azules, un gran escudo a la espalda y un casco azul oscuro. En los laterales llevaba cosidas unas pequeñas alas blancas.

—Discúlpenos —le dijo el Capitán América.

El Agente Moore levantó las manos y se hizo a un lado sin ninguna objeción.

El Capitán América entró, flanqueado por Falcon, la Víbora Roja y Maria Hill. La viciosa Víbora pasó al agente Moore con una pequeña sonrisa.

Ninguno de los agentes de comunicación los detuvo. En cambio, se hicieron a un lado. Daniels observó, ligeramente asombrada, cómo ninguno hacía preguntas. Ninguno dio un paso adelante para pelear contra ellos. Todos y cada uno de los agentes presentes en esta sala mostraban su verdadera cara: luchaban por la libertad, y no al revés.

Steve les dijo que se fueran, que salieran de aquí antes de que alguien más descubriera la verdad y el Triskelion se convirtiera en un campo de batalla. Ninguno de estos agentes sabía luchar; serían masacrados si se quedaban.

Daniels respiró hondo cuando estuvieron solos en la sala. Se paró junto a Sam, los dos compartieron una mirada con los hombros tensos por lo que estaba por venir.

El Capitán América se cernió sobre la radio y la activó para que todo el Triskelion lo escuchara. En todos los canales de la sede se hizo eco de su voz:

—Atención a todos los agentes de S.H.I.E.L.D., les habla Steve Rogers. Estos días han oído hablar mucho de mí. Y a algunos se les ordenó darme caza. Ya es hora de que sepan la verdad. S.H.I.E.L.D. no es lo que creíamos que era. Ha sido colonizado por HYDRA. Alexander Pierce es su líder. Los STRIKE y las tripulaciones Insight son de HYDRA. No sé cuántos más hay, pero están aquí dentro. Podrían estar a su lado. Y ya casi tienen lo que quieren: el control absoluto. Dispararon a Nick Fury y no se detendrán ahí. Si despegan esos helicarriers, HYDRA podrá matar a todo aquel que se interponga en su camino. A menos que los detengamos.

Se arrimó más sobre la radio.

—Sé que les pido mucho. Pero el precio de la libertad es alto. Siempre lo ha sido.

Pamela lo miró y su ceño tenso se disipó. El Capitán América apretó la mandíbula.

—Yo estoy dispuesto a pagarlo. Y si estoy solo en esto, lo aceptaré. Pero apuesto a que no lo estoy.

Al acabar, Sam no pudo evitar la leve sonrisa en su rostro, un soplo de inspiración que los invadió a todos. Incluso si sabían contra qué luchaban. Incluso si sabían dónde estaban, todos tenían un recordatorio de por qué iban a arriesgar sus vidas hoy; un recordatorio que hacía que todo valiera la pena.

—¿Lo tenías preparado o te ha salido así, a voz de pronto? —preguntó Sam cuando Steve se dio la vuelta.

—Es el Capitán América —reflexionó Pamela con una pequeña sonrisa—, claro que le ha salido a voz de pronto.

Luego miró por la ventana, hacia el aeródromo de abajo. La Víbora Roja apretó su arma y respiró hondo por la nariz con determinación. Observó la confusión, vio a los agentes detenerse y mirarse fijamente, tratando de descubrir de qué lado estaban.

Sería un campo de batalla y estaban a punto de librar una guerra.

La Víbora Roja exhaló un respiro y giró sobre sus talones, encabezando la salida del edificio. Dejando a Maria Hill al mando de las comunicaciones, la Víbora Roja, Falcon y el Capitán América bajaron corriendo las escaleras. El corazón de Daniels latía con fuerza, pero no se detuvo; el chip que llevaba en el bolsillo sellado pesaba como una expectación... no, más que una expectación. En ese bolsillo guardaba vidas humanas. Más de veinte millones de vidas estaban en sus manos, sin que ninguna lo supiera.

Pero cuando el Capitán América y Falcon se dirigen al aeródromo, Daniels siguió yendo cada vez más abajo a contrarreloj. Solo tenía unos minutos para llegar a donde necesitaba antes de que alguien lanzara el Proyecto Insight ahora que la verdad salió a la luz. Empujó sus piernas para correr más rápido por los pasillos inferiores.

La Víbora Roja torció la esquina y, cuando vio a un agente corriendo en dirección contraria, no se lo pensó dos veces. En cuanto levantó el arma, se puso a su lado. Daniels se dejó caer y el disparo pasó por encima de su cabeza. Patinó sobre el cemento y pateó con el pie. Golpeó los tobillos del agente y éste se tambaleó hacia delante. Giró el cuerpo en el último momento y les estampó la cabeza contra el suelo antes de que pudieran levantarse. No se detuvo a comprobar si estaba inconsciente o no.

Sólo siguió corriendo.

Daniels respiró hondo cuando finalmente llegó a una de las puertas que daban al área de la bahía debajo del río. Respiró unas cuantas veces más y fijó la empuñadura de su arma. Contó hasta diez para asegurarse de que estaba lista. Intentó escuchar a través de la puerta para contar cuántas personas había detrás.

Fue entonces cuando hubo un temblor estremecedor. Daniels tropezó y se le cortó la respiración al darse cuenta del significado. Le tomó un segundo recuperar el equilibrio. Un fuerte estruendo vino desde el interior de la puerta y escuchó el agua de arriba brotar y dividirse.

No podía perder más tiempo. Daniels tensó la mandíbula y forzó la puerta. Irrumpió en el espacio y disparó tres veces en pocos segundos. Tres agentes de Insight cayeron al suelo antes de reaccionar. La Víbora Roja se puso en marcha y no se detuvo, dirigiéndose directamente hacia el helicarrier Alfa, que empezaba a temblar en el suelo. La plataforma se iluminó con una luz cegadora cuando las puertas de arriba se abrieron y la aeronave empezó a despegar. Daniels sacó de su chaleco una de las armas arrojadizas favoritas de la Viuda Negra y la lanzó. El pequeño botón redondo alcanzó el cuello del siguiente agente, que convulsionó al recibir una descarga eléctrica que recorrió todo su cuerpo.

Por las comunicaciones, Maria Hill habló con voz urgente.

Han iniciado el lanzamiento. Daniels, ¿tu posición?

—¡Dame un minuto! —la Víbora Roja y se lanzó por encima de las cuerdas de carga. Pateó a un agente en el pecho y frenó su caída con una voltereta. Al ponerse en pie, desarmó al siguiente agente y le dio una patada en la rodilla. Cuando cayó al suelo dolorido, le retorció el brazo y se lo dislocó antes de empujarlo hacia arriba para bloquear las balas que se acercaban.

Tenemos menos que eso.

—¡Lo sé! —arrojó el cuerpo del hombre al suelo una vez que cesaron los disparos y lanzó dos tiros más. Al ver que el helicarrier Alfa comenzaba a elevarse, Daniels apretó la mandíbula y se esforzó para correr hacia el borde. Esquivó una bala que le pasó rozando la cabeza.

Sin detener su impulso, la Víbora Roja disparó su arma por última vez y el agente salió disparado hacia atrás. El helicarrier ya estaba nivelado y a ella aún le quedaban unos segundos antes de llegar al borde.

Pero no iba a darse por vencida.

Daniels empujó sus piernas aún más rápido hasta que sus músculos ardieron. Llegó al borde del rellano y saltó lo más lejos que pudo. La Víbora Roja extendió una mano mientras el transporte seguía subiendo.

Milagrosamente, logró asirse a las barras de hormigón de la escalera, cerca de la aviónica. Si hubiera pasado un segundo más, se habría caído. Daniels juró muy alto en su victoria y dijo palabras de las que cualquier madre, o Steve Rogers, no estarían orgullosos.

Se aferró tan fuerte como pudo, superando el dolor en sus brazos para comenzar a subir la escalera al costado del helicarrier mientras este se elevaba en el aire. Pasó la bahía y por encima del Potomac. Ella continuó, tratando de moverse más rápido ahora que tenía el viento en contra.

Joder, tía, ¿eres tú la que está ahí arriba? —oyó a Sam en su oído. Las respiraciones entre sus palabras le dijeron que estaba corriendo—. ¿Estás chiflada?

A través del cristal redondo y compacto de la bahía de aviónica, el agente que supervisaba los controles automáticos la vio. Sus ojos se abrieron como platos.

—Mierda —soltó Daniels, aunque su voz se perdió en el creciente viento. Tomó una decisión en una fracción de segundo y se arrojó a un lado. Daniels gritó de dolor con los dientes apretados, pero valió la pena cuando por poco esquivó las balas que atravesaron el cristal.

Luego cometió una locura.

Ahora que el cristal estaba deteriorado por las balas, Daniels echó las piernas hacia atrás para tomar impulso y lanzó el cuerpo hacia delante. En el último segundo se cubrió la cabeza y el cristal se hizo añicos alrededor de sus pies. Le arañó la piel, pero no se concentró en ello, sino que frenó su caída mientras patinaba sobre la moqueta de la sala de mando. La adrenalina hizo que todo se volviera borroso. La Víbora Roja atacó al agente de aviónica.

Plantó las palmas de las manos sobre la alfombra y levantó las piernas. Pateó al agente hacia atrás y luego se empujó hacia adelante, girando su cuerpo para aterrizar en cuclillas. Daniels se enderezó y golpeó con el puño la mandíbula del agente antes de que pudiera actuar y este cayó al suelo, inconsciente.

Una vez lo hizo, Daniels se desplomó y dejó escapar un largo suspiro, ya cansada. Pero no se permitió descansar por mucho y se obligó a seguir adelante. Activó las comunicaciones y dijo:

—Estoy en Alpha.

¿Estás bien? —escuchó a Steve decir tan pronto como se oyó su respiración agitada. Hubo disparos en su línea.

—Sí —soltó la Víbora Roja, quitándose un poco de cabello de la cara mientras salía del sitio—. Viviré.

Emprendió la marcha hacia el centro del helicarrier. La mente de la Víbora Roja vagó fugazmente hacia la Viuda Negra. Romanoff estaba en el centro, colándose en el círculo privado de Pierce bajo el disfraz de uno de los miembros del Consejo de Seguridad Mundial. Pamela sabía que podía arreglárselas sola, pero aún así esperaba que estuviera bien.

Eh, Cap —la voz de Sam era distante, amortiguada por el viento y las fuertes explosiones de disparos—. Ya he dado con esos malos de los que hablabas.

—¿Estás bien? —Pamela preguntó mientras corría.

Aún no estoy muerto.

Daniels miró por la ventana y vio la imagen borrosa de las brillantes alas rojas de Falcon mientras esquivaba disparos del helicarrier adyacente. El cielo se nublaba momentáneamente con cenizas, fuego y humo por donde pasaba.

Los helicarriers seguían ascendiendo. Daniels aceleró una vez más.

—Falcon, ¿situación? —preguntó Hill. Daniels se dio cuenta por su tono de que su límite de tiempo se estaba acercando a su fin.

—En combate —los disparos incluso sacudieron el transporte en el que se encontraba Daniels; escuchó los sonidos ahogados desde afuera. Falcon se lanzaba de un lado a otro a través de todo un ejército de explosiones y fuego, acercándose cada vez más a su objetivo.

¿Daniels?

—En ello —se agachó en la siguiente esquina—. Muy cerca.

La Víbora Roja escuchó ruidos de pies sobre ella. Levantó la vista y maldijo una vez más.

—Oh, no...

¿Qué?

—¿Cuánto tiempo tengo? —Daniels volvió a coger carrerilla, forzándose a ir lo más rápido que pudo una vez más mientras oía el sonido de los agentes que estaban en la cubierta del helicarrier iniciar su camino hacia ella—. Porque estoy a punto de montar una buena fiesta.

Ocho minutos —dijo Maria Hill, y Daniels quiso tirar algo.

En cambio, dejó escapar un suspiro y murmuró:

—Oh, pensé que dirías cinco. Hill, ¿tienes idea de a cuántos voy a invitar?

¿Realmente quieres que te responda?

—La verdad es que no... —la Víbora Roja reventó la puerta que daba al centro del helicarrier. Entró en una sala enorme y cavernosa a lo largo de una esbelta pasarela. A su alrededor, el Potomac y Washington D.C. se alejaban cada vez más. Miró a través del cristal compacto y las vigas de acero y esperó que Sam llegara al segundo transporte a tiempo para salir de aquí—. Sólo... ya sabes... Puede que ahora esté un poco fuera de mi zona de confort.

Daniels contuvo la respiración cuando vio que la puerta del otro extremo se abría. Así como la puerta de la derecha. A lo largo de las pasarelas, al menos quince agentes se abrían paso hacia la gran sala, todos dirigiéndose directamente a la columna central donde la Víbora Roja tendría que reemplazar el chip.

Sólo tenía que llegar allí primero. Y después...

Respiró hondo. Encogió los hombros. Sacó el chip de su bolsillo hasta que realmente tuvo millones de vidas en la palma de su mano.

Pamela sintió que estaba tomando una decisión. O corría hacia adelante o corría hacia atrás. O se lanzaría directamente al fuego o seguiría con vida. Durante toda su vida, casi nada había sido obra suya. Sus ambiciones, sus creencias... cada piel que vestía y soltaba había sido para alguien más. Nunca habían sido suyas.

Y ahora iba completamente desnuda, sin piel tras la que esconderse. Pamela Daniels estaba en carne viva.

La decisión era suya.

Y ahora mismo, ella era un escudo. Un escudo entre esos agentes y ese maldito helicarrier, y todas las vidas inocentes amenazadas que morirían si ella no hacía su parte.

Por primera vez, Pamela Daniels sintió que por fin se había convertido en la agente que siempre había querido ser. Parecía irónico, pero también apropiado, que lo hubiera logrado justo antes de que ese capítulo de su vida fuera destruido.

Y así, echó a correr.

▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro